No existe la calma, solo la infinitud del desierto camino, como una rampa que invita a internarse en los derroteros de una naturaleza exuberante y salvaje.
La textura áspera, el color ácido, la superficie titilante irisdiscedente, juegan a cercar la diversidad en un canto a varias voces, y al mismo tiempo no conceder a la estética de la “linda pintura” ni un centímetro de lo pintado.
En esta unidad de propósitos, el resultado está expuesto a la mirada gozosa, al quiebre emotivo sinuoso de las líneas y trazos, que se imbrican en nudos armónicos, y al movimiento perpetuo del plano pictórico en circunvalaciones varias.
La pujanza de esta pintura en el abigarramiento de las pinceladas constituye una armadura que tiembla y sangra en cada intersticio espacial.
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